¿Qué trastornos del estado de ánimo, de la conducta afectiva y de la conducta social ocurren en la enfermedad de Alzheimer?

15 Jun

Son frecuentes la desgana, la ansiedad y los trastornos depresivos, que se acentúan al final del día y los trastornos del sueño durante la noche. Algunos enfermos tienen también delirio.

La mayoría de pacientes, desde el principio, presenta apatía, que es la falta de ganas para emprender cualquier tarea o actividad. Cuando se manifiesta este síntoma de forma aislada, no se reconoce fácilmente, ya que se confunde con depresión. El desánimo y, sobre todo, la ansiedad se dan en la mitad de los pacientes. Se vuelven susceptibles y se enfadan ante cualquier comentario que les lleva la contraria. Echan en cara a los familiares cosas del pasado, cuya rememoración carece de sentido. Tienen cambios de humor, pasando en poco tiempo del enfado mayúsculo al trato normal, con el mismo familiar con el que han discutido antes. Los cambios de humor se pueden ampliar con trastornos de conducta: se irritan con facilidad ante cualquier motivo, pudiendo llegar, si se les contesta con aspereza, a la agresividad verbal e incluso física, cuando la irritabilidad se acompaña de excitación motora.

En algunos casos, aparece la psicosis (pérdida del pensamiento racional): la desconfianza se convierte en delirio de robo. Acusan a familiares o personas del servicio doméstico de haberles quitado o escondido dinero o joyas. La sospecha de infidelidad conyugal llega al delirio celotípico, como en el primer caso del Dr. Alzheimer (la paciente Auguste creía que su marido la engañaba). El delirio es una creencia falsa que no puede ser disuadida, y el hecho de presentar evidencias contra el error, lo único que consigue es reafirmar aún más la idea delirante en el enfermo. Las alteraciones de conducta alimentaria van de la desgana a coger alimentos (galletas) cuando creen que nadie les vigila y esconderlos en los bolsillos para comerlos u olvidarlos después.

Cambia la personalidad del enfermo. Se vuelven rígidos, inflexibles y egocéntricos. Si con anterioridad fueron creyentes, pierden de forma progresiva el interés por los asuntos religiosos. En algún caso hay desinhibición sexual. Es más común que tengan inquietud, den vueltas por la casa y hagan ruido, encendiendo y apagando luces, o revolviendo cajones y papeles. En esa deambulación constante y sin sentido, tienden a fugarse de la vivienda, que no reconocen como propia, y de escapar hacia la suya o sin destino fijo (errabundismo). A medida que avanza la enfermedad, aumenta su negativa a los cuidados higiénicos y cada vez cuesta más trabajo hacer que se cambien de ropa, bañarles a diario, cortarles las uñas…

Las alteraciones conductuales se relacionan con la extensión del daño cerebral a los lóbulos frontales. Son peores de sobrellevar que la pérdida de memoria o de lenguaje. Además de agravar los déficits cognitivos del paciente, generan sufrimiento y distorsionan el entorno familiar. Junto a los trastornos del sueño, estas suponen la mayor dificultad para la convivencia diaria con el paciente. Lo más grave, que afortunadamente ocurre en muy pocos casos, es la respuesta violenta o agitada del paciente ante cualquier contrariedad. Todos estos síntomas provocan el agotamiento del cuidador y, en muchos casos, marcan el fin de la convivencia en familia y el ingreso del paciente en una institución geriátrica.

A veces una enfermedad aguda, una situación traumática o un determinado medicamento alteran el metabolismo cerebral y desencadenan un estado confusional agudo, en pacientes portadores de un deterioro cognitivo más o menos acusado. Se pueden citar varios ejemplos: una infección respiratoria, que reduce el oxígeno que llega al cerebro; una fractura de cadera, tras una caída, que causa dolor y hemorragia interna; o una anestesia que bloquea farmacológicamente el cerebro. Se produce desorientación y un estado fluctuante de conciencia, que va desde la somnolencia a la agitación. Se puede corregir y volver al estado mental previo, pero a veces, aunque pasen las alteraciones agudas, queda un mayor grado de deterioro mental. De ahí la importancia de prevenir el estado confusional cuando llega un paciente de riesgo (anciano, con deterioro cognitivo previo) al hospital por una descompensación aguda. La prevención incluye mejorar las condiciones metabólicas del cerebro: bajar la fiebre, calmar el dolor, tratar la infección, aplicar oxígeno a través de mascarilla, proteger la cama frente a caídas, etc.